viernes, abril 27, 2007


II

Recuerdo los prados verdes con la lluvia, la ganadería dejaba que desear, por eso me apartaron, me soltaron a vagar por los montes con mi soledad. Dos años de libertad y uno más de enojo, practicando a pedradas bajo el cielo, estaciones que recorrían mis sienes, así fortalecía los miembros. Comía para hoy, crecía año con año para enfrentar al hombre. No me molesta ni el sol ni la arena, me despiertan coraje y rabia por la vida, por los encierros, por las ancas tatuadas de calor. La sangre galopa en mis entrañas, me ciega de ira, de jugarme la vida en está arena.

Me despiertan mis nervios, me molestan las puyas. Los ojos pardos no me ayudan, sólo el olor de cuerpos, del movimiento, de transpirar enojo. Ese se esconde tras la tela, lo envuelve el miedo sordo, un terror a mi cabeza, al roce de mis pitones.

No era tarde y decidí correr por los pasillos, salir ante los movimientos, ante el ondear de los olores, ante los caballos que me amenazan, jinetes rollizos de posturas irónicas, con sus lanzas hiriéndome, envisto con coraje y sin temor, con bravura ante el breve dolor en el lomo, sentir mi sangre me irrita, me devora, me exalta ante los sonidos metálicos de la arena, acorde de la risa y del llanto. Les gusta el lomo, lo atacan, desprotegido me llenan de banderillas, prueban mi bravura, excitan esa rabia con la sed de la venganza.

Tomar al hombrecillo y lanzarlo por los aires, sé muestra con la tela, solo, me grita, mide y se acerca, me queda la envestida y el honor de rozar su barriga escurridiza y móvil. Esté cansancio me paraliza, mis costillas se tensan, las patas se mantiene firmes hasta el final, que se avecina como tormenta, mis últimas fuerzas me lanzan al encuentro, a la suerte donde siento el metal en mi cuerpo, mi negra piel se rompe, me traspasa, el grueso cuero cede al mango y acero, la sangre se desparrama, náusea, mareo, un vértigo que me incita a levantar la cabeza de filosos pitones. Por fin lo toman, soy vengado en mi esencia, me despido al caer con la vana ilusión de haber ganado, hasta que el sueño me calma, me tranquiliza, me voy poniendo quieto, el aliento se va, me despierta vagamente cuando me sujetan a las mulas y sólo me llena el frío…

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