viernes, abril 27, 2007

De lejos se ven los toros

I

Afuera, el inquisidor de las sombras, llena con una luz clara y amarilla la plaza. La gente contrasta entre lo fresco de la sombra y el agobio del calor que vuelve más intenso el jadeo y los ánimos de fiesta. Pobres y desgarradas nubes que surcan el cielo entre los calores de un sol lleno, un aire puro y un viento débil.

Todo marcado por una hora en la tarde, del estado crepuscular previo al éxtasis. A ese estado onírico que crece en expectativa, en un deseo de ver la batalla del hombre y la bestia, del valor contra la fuerza. Los ojos vaciados al ruedo miran en torno de la desierta arena, del fastidio de la espera, el anhelo de la recompensa del espectáculo, único, desgarradoramente real.

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