domingo, agosto 27, 2006

Invisible



La conocí como se conoce lo invisible, sin mucha sorpresa, pero siempre con mucha inquietud. Me sentí vendado ante tu presencia, mis otros sentidos estaban atrofiados, la vista era la reina hasta ese momento.

El macabro experimento de vendarme los ojos con un paliacate en las tardes siempre me resulta en su recuerdo, en añorarla y desearla; no por ser invisible, sino porque fue mía. Al principio la luz es tan familiar que perderla resulta doloroso, uno se va acostumbrando a la noche y después de un tiempo el olor es más vivo, empieza como el ciego a descubrir los olores de los cuerpos. A sentir el viento zumbar la piel y a oí la voz de las personas, a poner atención en lo que dicen, a lamer tus pezones sin tener que verlos. Extrañó que me vendes mis ojos como ahora. Extrañó el olor de tus axilas, de tu sexo, el placer de sentirte sin verte, como en sueños.

Eras invisible, esa fue tu perdición y evidentemente la mía. El temor de que desaparecieras una noche desnuda por la puerta me aterraba, de voltearme y que no estuvieras, de no escuchar tu respiración pausada y lenta. Me volvía indefenso ante tus silencios o cuando te quedabas quieta y no sabía donde encontrarte ante tu desnudez. Eso todavía me da miedo, siento que estás detrás y que puedes lastimarme, tocarme.

Por eso lo hice, quise ver si tu sangre era tan invisible como tu cuerpo, si eras tan vulnerable como yo. Ahora en las tardes de soledad y miseria, el olor de tu cuerpo putrefacto me recuerda el tiempo junto a ti y me descubro intentando verte en el espejo.