viernes, marzo 30, 2007

El sueño

Soñé que volaba, en serio soñé que volaba. Ya se que usted amigo me dirá: hombre, todos soñamos que volamos. Pero ¿usted ha soñado que vuela sobre un enorme rancho, lleno de vacas y rodeado de verdes maizales? Ya lo creo que no. Deje que adivine su sueño. Uno muy común y no sólo en usted, aclaro, es aquel en el que su sueño gira en torno a la habitación, el sueño comienza con un desprendimiento, su adormilado cuerpo se parte en dos. La parte superior más ligera voltea frente a su otra parte, consigo mismo. Ambas partes de su cuerpo quedan unidas por un delgado hilo de plata que sale del ombligo, el hilo se puede estirar y con práctica alejarse más y más, hasta llegar al techo. Logrado esto y dedicando más práctica a ello, puede deslizarse por todo el cuarto, y en un arranque de valor lanzarse en picada al piso, evitando chocar milímetros antes.

Insisto amigo. ¿Usted sueña que vuela sobre un enorme rancho ganadero, dónde cada vaca se espanta las moscas con su cola y cada milpa se mece con el viento? Claro que no, se lo aseguro. Permítame explicarle: Mi sueño comienza con una transformación y no con un desdoblamiento. Primero me encojo sobre mis piernas, en cuclillas y extiendo los brazos al frente, me preparo respirando pausadamente. Después de unos minutos salto con todas mis fuerzas, en ese momento doy un aletazo, mis manos responden llenándose de plumas y mi pecho se ensancha. Si la fuerza es mucha, avanzo hasta las nubes y desciendo lentamente, planeando por entre ellas hasta ver una mancha verde que crece poco a poco; el rancho lleno de vacas.

Para lograr el sueño no se necesita práctica, le diré el secreto. Es un sueño simple y placentero como el limbo, que para lograrlo, el ejecutante, el soñador solo debe estar muerto.

AGS 2007. Ricardo A. Saracco A.

lunes, marzo 05, 2007

COLMILLOS 2a PARTE


Imagina una niña aterrada del susto - seguía la abuela- me quedé quietecita. Ella se acercó lentamente, deslizandose por el suelo hasta llegar a mi lado y clavarme esa mirada festiva. Yo estaba inmóvil cuando ella sonrio, sus dientes eran perfectos, blancos y alineados a excepción del colmillo izquierdo que estaba chueco. Le devolví la sonrisa mientras me lanzaba a sus píes a rogarle por mi madre. Creí que me iba a patear o a dejar tiesa como los criados.
Al terminar la historia de mi madre, sólo movía su cabeza en forma de asentimiento. Ya lo sabía - contesto con una voz gruesa - me lo dijeron los criados. Vamos, pero te va a costar. Rápido saqué los dos pesos de oro y se los dí, los vio con desdén y río a carcajadas. - Toma niña - dijo mientras me los devolvía -, no me refiero a eso. ¿Entonces? - le pregunté -. Volvío a sonreír mientras me tomaba de la mano. No temas, no temas -decía cómo para sí-. Mi madre a los dos días sanó de esas fiebres y se mantuvo hasta los 85 años lúcida.
Mi abuela sonrío. Ahora entiendo por qué le falta el colmillo izquierdo.