lunes, mayo 05, 2008

Minueto


Llovían gotas de sonidos
que chocaban con mi piel
y tronaban en mis adentros,

Afuera
ráfagas de ruidos
penetraban mis entrañas.

La Batalla del Mohac



Al-Murad emir de Solimán, caminó entre los encinos en compañía de su guardia personal, entre sus ropas llevaba la carta de aceptación al duelo propuesto por el Rey Luis II de Hungría. Al rato de andar llegaron a las puertas del castillo de Pécs, el consejero del Rey cristiano, János Deak los estaba esperando. Después de las respectivas reverencias se estrecharon ambas manos en señal del compromiso. La partida entre los monarcas quedó pactada para dentro de una Luna.
Solimán cabalgaba tranquilo, tenía planeado varios movimientos que le aprendió a su padre Selim, apoyaba el codo en la cabeza de la silla mientras reflexionaba sobre las técnicas para vencer, los repetía una y otra vez. Faltaban varias noches para llegar al desafío.
Luis II en cambio, se probaba los vestidos más elegantes, hasta que encontró que la capa bordada en oro le sentaba bien, se paseaba orgulloso delante del espejo. János lo ponía al tanto del estilo de juego Otomano, heredado directamente desde Persia. Los húngaros sentían el cobijo de Constantinopla y temían la expansión turca. El Rey cristiano se sentía tranquilo con sus tropas preparadas. 300 arqueros sitiaban el monte Árpad en compañía de 900 espadas españolas enviadas por Carlos de Hamsburgo. El monte era el centro de la cuenca de los Cárpatos, estaba a 300 leguas de Buda y Pest.
Solimán llegó un día antes que el Rey Luís II y se instaló al pie del monte Árpad, mientras Al-Murad se reunía con János en la cima y preparaban un tablero de 64 escaques de diez brazas por diez brazas. 16 piezas humanas ataviadas para el encuentro, vestidas en negro para el Sultán y 16 más vestidas en blanco para el Rey. Todos con malla y jareta, estaban listos para el juego. Abajo los monarcas daban órdenes.
Luis II no daba crédito a la presencia de Solimán, creía que no llegaría a entrar a los Cárpatos después de la derrota de su imperio varios años antes, a manos de Matías Hunyadi, pero al saber la respuesta del Moro, preparó a 500 hombres armados a la custodia del castillo y dos avanzadas de caballería alrededor del monte. El Sultán en cambio, tenía convenios con los soldados cristianos de Leva en los Balcanes, quienes le ofrecían sus brazos a un buen precio en oro. Atrás venían marchando los conversos de Tracia, Macedonia y Albania a batirse por su amo. En apariencia el Moro iba sólo acompañado por las caballerías ligeras de Giza, famosas por su eficacia en el combate.
El día del duelo el frío invadía el monte, estaba cercado por una leve niebla. Ambos monarcas llegaron a la cima al despuntar el alba, se reverenciaron mutuamente finalizando con un abrazo sin emoción. Era el protocolo, los dos comieron frutas y viandas de los reinos, intercambiaron obsequios de oro y mirra. Las fuerzas estaban en equilibrio y cada pieza en su casilla. Los monarcas tomaron asiento en sus torrecillas de mando, quedaron frente a frente, el inmenso tablero los separaba.
Solimán movió primero y con su bastón de mando indicó al peón que cambiara de casilla y de color, la avanzada de Macedonia caminó al sur. Luis II respondió con prontitud moviendo un peón, la infantería cristiana hacía cerco a la derecha de la caballería ligera. El Sultán movió el caballo a la izquierda y un cuerpo de caballería se encaminó al valle. Luis II movió el Alfil a la española, los arqueros tensaron sus arcos.
Comenzaba el ataque a descubierto. Solimán concentrado sacrificó al peón, la infantería de Tracia desenvainó su gumías en un sólo movimiento, el Rey cristiano intentaba un amago lanzando una lluvia de flechas a los otomanos. El Moro entendió el sacrificio y en siguientes movimientos mandó más peones al ataque. Los cuerpos de infantería de Armenia y Leva entraron al valle. El monarca Cristiano hacía finta con los caballos y luego con la torre. Los hunos se separaron al norte rodeando el valle, los caballos árabes habían tomado Serbia. El sol anunció el final del día mientras se volvía una bola roja y ceniza, el Danubio sangraba.
La tregua nocturna comenzó con el recuento de la batalla. Luis II había perdido Serbia, pero abatió tres cuerpos de infantería moriscos, lo que le hacía sentir orgulloso. La distracción parecía surtir efecto. Esa tregua dio tiempo a que se acercaran los Kapikulo turcos, aparatos móviles de la ingeniería árabe. Tres puentes se abrieron para dejar transitar a los Gaziler árabes con sus arcos cortos.
A la mañana siguiente, los monarcas estaban puntuales frente a sus piezas. Era el turno del Moro que parecía inquieto. Movió el alfil y los Gaziler enfrentaban a los caballos húngaros. La batalla recomenzaba, los estandartes con la media luna chocaban de frente a los estandartes de dos leones y una cruz. Se abría una línea entre los ejércitos mientras el cristiano declaraba el primer jaque de la partida, el Moro se defendía a costa de su caballo. Media caballería derecha estaba tirada en el valle. La torre negra avanzaba lentamente para rodear al alfil y en respuesta la dama blanca consumía al penúltimo peón Moro. La avanzada Armenia estaba abatida a varias leguas del castillo Húngaro.
El otomano cerró las líneas con los alfiles y las torres, en el valle los arqueros cristianos estaban cercados, mientras sus caballos se entretenían con el segundo cuerpo de artillería de Leva. Luis II tomó el caballo y lo avanzó a la derecha de la dama, cruzó la línea cerrada y abrió un hueco entre las filas de piezas, después intentó un enroque al tiempo que su artillería cerraba el flanco de sus arqueros heridos. El sultán sacrificó un alfil a la torre blanca, la mitad de los Gaziler avanzaban al margen de la contienda hasta el castillo, lo rodearon y prendieron la señal del fuego, que se veía hasta el monte Árpad. Luis II dudó un momento, al reponerse lanzó su alfil contra la dama negra, las piezas del Sultán quedaban vulnerables, mientras las cristianas se reorganizaban.
Solimán cerró el cerco con un movimiento del Rey negro, a lo que el monarca Húngaro respondió contra el osado Rey poniéndolo en jaque, el engaño se gestaba. Una parte de los arqueros árabes eran cercados por la infantería cristiana, sus flechas estaban por acabarse, a la orden se lanzaron con acero en mano contra los cristianos, la batalla se reavivaba con los gritos poderosos de los capitanes. En el norte del valle estaban más húngaros y rumanos, al sur por los turcos y búlgaros. La reina se exhibió para evitar el mate y el Rey Luis II se regodeó de su avance, giró el tronco y el cuello para ver a János y a lo lejos el humo le reveló que su castillo ardía. Molesto movió las piezas con sigilo, mientras el Moro replegaba sus negras fichas, el último peón quedó sólo, la furia de Luis II motivó el avance de la dama blanca, se abrió entonces una brecha entre el monte y el castillo. La bandera de dos leones y una cruz cayó de la torre, en su lugar estaba una media luna; el alfil negro devoraba la torre blanca. Solimán vio la bandera de su imperio y abrió sus líneas en una jugada extraña, avanzó el caballo y las huestes de Giza ultimaban a los arqueros húngaros que huían en desbandada hacía los bosques.
Con maestría Luis II afinó el alfil hacía adelante, el Moro retrocedió el Rey para dejar libre a su alfil, la dama blanca terminó con la última torre negra y los Kapikulo huían a Serbia. Los ejércitos negros recobraban fuerzas, Solimán cedió el Rey en la búsqueda del engaño y el Rey Luis II avanzó el caballo para ponerlo nuevamente en jaque. Los 500 caballos que rodeaban el castillo estaban muertos y sólo dos docenas de fieles caballeros cabalgaron rumbo al monte.
El Moro hizo su último movimiento, intentó el ahogo del Rey, Luis II no lo permitió y hábilmente le hizo mate. Los ojos azules del húngaro se estrellaron en los ojos negros de Solimán, sus miradas reflejaban el dolor de la batalla, el cristiano se encendió de odio al ver al Sultán reír con soberbia. Luis II entendió que ganó la partida, pero Hungría estaba perdida. El odio cegó su razón y se lanzó con la espada desenvainada contra el Moro. Los dos corrieron con sus concejales entre los cadáveres del tablero.
Luis II soltó el golpe y lo atestó contra Al-Murad que se metió delante de su amo, su cráneo estalló en pedazos blancos y negros. El otomano con la gumía en la mano tomó venganza y le partió el vientre a Luis II, que cayó de espaldas mientras János miraba estupefacto. Luis II expiró entre borbotones de sangre, a lo píes de Solimán I el magnífico.

domingo, mayo 04, 2008

Manifiesto Mediocre


Hoy me declaro mediocre, no soy uno de esos que buscan la perfección en la vida, no busco ese concepto tan insoportable de querer “ser el mejor”, ya no, no lucho en contra de mi autóctona naturaleza que solo proclama un hedonismo igual de mediocre que yo.
Hoy desisto de luchar contra mí mismo, ya no importa anhelar la gloria que nunca va a llegar, acepto la vida como una condición biológica, como lo que solo es, un camino absurdo que lo único que debemos hacer es estar, no luchar en vano para emular nuestro ego y nuestra falsa creencia de que salimos a luchar por un sueño. El único sueño que me interesa es el que llega después de una noche en vela, sintiendo el dolor de estar vivo.
Hoy Declaro a la mediocridad como una máxima, mejor que el éxito y otras voluptuosidades humanas. No vivo en la ilusión de sentirme más, ni en la ilusión de la absurda aspiración de la riqueza, ni aspirar a entender el concepto de divinidad que es igual de ilusorio que la libertad o el amor, como los espejismos del desierto.
Este manifiesto podría hacerse mejor ¿pero? ¿Para qué? ¿Qué podría ganar?, todo parece estar para el triunfo que es igual de absurdo que lo anterior, hacerlo sería engañarme. Prefiero ser más digno del diablo que de Dios, hasta el mal solicita más que el bien, sólo queda el suicidio o la mediocridad; el primera es demasiado exigente y demasiado triunfador, demasiado difícil; mejor la mediocridad como escuela, así podré dejar que mis músculos se paralicen antes de pensar en actuar.